jueves, 20 de agosto de 2009

CARLOS, EL TIPO DE LA BASURA


Carlos tiene poco más de treinta años, sus manos y su rostro parecen decir otra cosa, no habla mucho, su mirada triste la disimula con una sonrisa amplia que le abarca todo la cara. La llovizna cubre nuestras cabezas y va empapando nuestra ropa de apoco. De fondo y a lo lejos se escuchan las propagandas de flamantes políticos en altos parlantes que nos recuerdan las próximas elecciones provinciales y, claro, a quien debemos votar. A Carlos mucho no le preocupa esta situación.

Cuando llegamos, Carlos, estaba tomando mates con su familia. Una cabellera rubia plateada sobresalía del resto, era la de un chico que estaba con su mamá, amigos y compañeros de andanzas de Carlos. Tres chicos más merodeaban y buscaban algo más que sueños y esperanzas, no eran golosinas ni libros de cuentos. Palo en mano, revolvían y revolvían. -¿Se encuentra algo? pregunté. La respuesta no fue más que una mirada fría del pibe de catorce años. Me sentí extraño, él me sabía extraño. Encontraron una tijera enterita y una llave inglesa por la mitad en medio de pañales de bebes usados.

-No me saque fotos que se le puede romper la cámara- me dijo Carlos sonriendo, pero yo no pensaba invadir el cuadro que formaba su silueta con una ofensiva fotografía. Sólo miraba y trataba de compartir su mundo, sus pensamientos. Al costado de la montaña de basura el carrito tirado por caballos esperaba la cosecha del día: botellas de plástico, cartones y alguna otra cosa que pueda servir para ganarse alguna moneda.

El olor se impregna en la ropa y penetra de una manera tal que parece perforar el cerebro. Pasan los minutos y una se va acostumbrando casi sin querer. En ese momento llegan los camiones que Carlos y su familia esperaban impacientes. Se termina la charla. Es momento de trabajar.

El día anterior cuando estaba en mi casa recibí un poster de propaganda política sobre una gestión municipal y leí una frase que me pareció inverosímil: armonía social. Qué armonía se puede tener un una sociedad donde, para vivir, un hombre como Carlos tiene que revolver la basura. Armonía social que se logra contaminando el ambiente y maravillando con espejitos de colores como los invasores a los nativos de América antes de ser América.

Casi de manera grotesca, por esos juegos del destino, en el momento que volvía del basurero dejaron un papel con promesas para una próxima gestión en mi casa. Una de ellas dice erradicación de basurales. Cuando la leí exploté en una risa de indignación. Los mismos que me prometen esto son los que me impulsaron a participar, a escribir.

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